Vincent van Gogh
Año 1888
© Colección Carmen Thyssen-Bornemisza, en depósito en el Museo Thyssen-Bornemisza
Existen bastantes indicios para pensar que detrás de estos intensos colores crepusculares que Vincent van Gogh (1853-1890) pintó en este cuadro, se esconden las alteraciones que provocó en los cielos europeos –y de otros muchos lugares del mundo– una de las erupciones volcánicas más violentas ocurridas en la Tierra desde que hay seres humanos. La noche del 26 de agosto de 1883 la pequeña isla de Krakatoa, situada en el estrecho de Sonda, entre Sumatra y Java, en Indonesia, saltó, literalmente, por los aires. La erupción inyectó a la atmosfera una enorme cantidad de materiales volcánicos, alcanzando las cenizas más pequeñas hasta los 80 km de altitud. Con el transcurso del tiempo, todos esos aerosoles –debido a la acción de los vientos– se fueron dispersando y formaron un velo que cubrió gran parte del globo terráqueo. Esa pantalla de finísimas partículas provocó un enfriamiento a escala planetaria que duró cinco años, registrándose nevadas excepcionales en muchos lugares del mundo, incluso en zonas donde no suele nevar. Durante ese “invierno volcánico”, la presencia en la atmósfera del polvo en suspensión enturbió los cielos y potenció sobre manera la intensidad de los colores amarillentos, rojizos y anaranjados durante las salidas y las puestas de sol. Esos cielos encendidos no dejaron indiferentes a los europeos de aquella época, que durante varios años seguidos pudieron disfrutar de ese espectáculo de la naturaleza. Su visión inspiró a varios pintores, entre ellos a Vincent Van Gogh, que cuando en febrero de 1888 recaló en la localidad francesa de Arles, en la Costa Azul, fue buscando la luz del Mediterráneo y la encontró potenciada por los elementos volcánicos que todavía surcaban los cielos. En “Los descargadores en Arles” aparece un ardiente crepúsculo vespertino que sitúa la acción poco después de la puesta de sol. La envolvente luz de colores cálidos se refleja en las aguas del Ródano, en una de cuyas orillas –la situada en primer plano– aparecen los citados descargadores a contraluz. Esos intensos colores cautivaron al artista cuando presenció la escena real.
“He visto un efecto magnífico y muy extraño, esta tarde –escribió a su hermano Theo, en una carta fechada a principios de agosto de 1888–
. Una barca muy grande cargada de carbón en el Ródano y amarrada al muelle. Vista desde lo alto, estaba toda luciente y húmeda por un chubasco; el agua era de un blanco amarillento y gris perla turbio; el cielo, lila y una faja anaranjada al poniente; la ciudad, violeta (…)”. Este no fue el único cuadro de la etapa de Van Gogh en Arles en que aparecen unos cielos encendidos. En otras tres pinturas suyas también los encontramos, lo que nos estaría indicando que, un lustro después de la erupción del Krakatoa, en la atmósfera terrestre todavía abundaban los materiales volcánicos.
© José Miguel Viñas
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