El pintor italiano Tiziano (h. 1490-1576) no fue el único que incluyó en alguno de sus cuadros una ventana abierta como recurso pictórico. Lo encontramos también en otros retratos y autorretratos pintados por artistas como Rafael, Durero y un largo etcétera. Los paisajes que se observan a través de esas ventanas muestran con frecuencia interesantes elementos atmosféricos. Reflejan los cielos que conocieron los distintos pintores en los lugares donde vivieron y desarrollaron su actividad artística. A través de la ventana que aparece en la parte derecha de este retrato póstumo de la emperatriz Isabel de Portugal, se observa una escena natural rica en detalles y matices. Sobre un paisaje montañoso, tupido de vegetación en su parte inferior, aparece un cielo crepuscular de gran riqueza cromática, enmarañado de nubes de diferentes tipos, desde algunas nubes bajas a contraluz y con destellos brillantes en la parte inferior, hasta la tenue gasa nubosa que se intuye en la porción de cielo restante. Lo más seguro es que se corresponda con una delgada capa de cirroestratos. Estas nubes altas, formadas en su totalidad por minúsculos cristales de hielo, dan al cielo un aspecto lechoso. Con esa ventana, Tiziano consigue romper la frialdad que envuelve el refinado retrato de la emperatriz. Isabel de Portugal (1503-1539) fue la única mujer de Carlos I de España (V de Alemania). Fruto de esa unión se convirtió en reina de España y emperatriz consorte del Sacro Imperio Romano. Tuvo cinco hijos, de los que solo el último pasó de la niñez y terminó siendo rey de España (Felipe II). Embarazada de un sexto hijo, falleció en el Palacio de Fuensalida de Toledo. A su muerte, Carlos I le encargó a Tiziano este retrato, para lo cual el artista tomó como modelo un primer retrato de la emperatriz de un pintor desconocido, que quedó destruido en 1604 durante el incendio que tuvo lugar en el madrileño Palacio de El Pardo.