David Caspar Friedrich
1823-24
© Kunsthalle, Hamburgo
Si bien la temática de este cuadro no es estrictamente meteorológica, tiene cabida en esta pinacoteca, habida cuenta del protagonismo que tiene el hielo en la escena. El pintor romántico alemán David Caspar Friedrich (1774-1840) nos traslada con esta obra a un lugar imaginario, que podemos situar en el Ártico. Tras el primer golpe de vista, pasa desapercibida la parte del casco del barco que asoma en la parte derecha, así como alguno de sus mástiles tronchados, fruto de la descomunal fuerza que han ejercido los bloques de hielo que se apelotonan y que, literalmente, han aprisionado y posteriormente sepultado a la embarcación. El mensaje que Friedrich quiere transmitirnos es claro: la insignificancia de los seres humanos frente a las fuerzas de la Naturaleza. No tenemos nada que hacer. Estamos a su merced. El cuadro transmite una intensa calma. La iluminación cenital es irreal. No parece provenir del sol sino más bien de la luna, que intuimos situada algo por encima del borde superior del lienzo. En cualquier caso, no está claro el momento del día en el que estamos, ni las circunstancias que provocan esa extraña luz blanca, bajo la cual, casi podemos sentir el silencio y el intenso frío de ese mar de hielo, convertido en una trampa mortal para los tripulantes del barco. Los avatares que vivió Sir William Edward Parry (1790-1855) durante la expedición al Polo Norte de 1819-1820, inspiraron esta obra maestra, que Friedrich ejecutó con su habitual maestría. En palabras del profesor José Luis Molinuevo:
“El cuadro es de una insólita y tremenda dureza: lleno de aristas, revela unas fuerzas tectónicas, el poder de lo elemental, que tiene sus leyes propias. (…) Las planchas de hielo revelan que lo elemental tiene un orden geométrico. Tienen una consistencia mineral, pero son agitadas, amontonadas por la corriente. Derrota, inseguridad, ruinas, muerte y una profunda soledad se desprenden del cuadro. Pero igualmente el mensaje de que en los mares helados la naturaleza está viva, y lo inorgánico es la lógica de lo elemental. En ello hay también una desoladora belleza.”
© José Miguel Viñas
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