El cambiante viento deja numerosas señales de su invisible presencia sobre los distintos elementos orográficos, en particular sobre las rocas y la arena. Algo parecido ocurre con el agua, cuya acción erosiva y sedimentaria moldea a su antojo las costas, las riberas de los ríos y el lecho marino. Las formas sinuosas, formando pequeñas acanaladuras, que vemos a veces sobre ese lecho, son similares a las que aparecen en dunas y playas, y obedecen a una causa parecida.
Para entender porqué se forman esas llamativas ondulaciones, hemos de bajar de escala y situarnos a escasos milímetros sobre la arena. Como bien sabemos, el viento es el encargado de dar forma a las dunas y de desplazarlas, pero si miramos de cerca su arenosa superficie, allí el flujo de aire es turbulento, generándose constantemente pequeños remolinos que levantan gránulos de arena, lanzándolos, rápida y bruscamente, contra la duna a muy corta distancia. La acción continua de este mecanismo va provocando acumulaciones de arena y finos depósitos de polvo en determinadas zonas, formándose minúsculas crestas y hendiduras paralelas entre sí y perpendiculares al flujo, conocidas como rizaduras (ripple marks).
Dichas estructuras, que conforman un conjunto de crestas y valles de formas redondeadas, son asimétricas, ya que presentan una mayor inclinación hacia el lugar de donde sopla el viento, debido a la mayor cantidad de gránulos de arena que –como consecuencia del arrastre del viento– se deposita al otro lado (a sotavento). Las rizaduras que observamos a veces en la arena mojada que hay junto a la orilla del mar (arena que cada poco tiempo se cubre de una fina película de agua) son perfectamente simétricas. Esto es así debido a la acción de dos flujos contrarios –de agua en este caso–, pues así es como actúa el oleaje al llegar a la orilla: primero asciende el agua por la arena para posteriormente bajar de nuevo hacia el mar. En el caso de las rizaduras de las dunas, hay un solo flujo y es el que viene dictado por el viento dominante.
El proceso mediante el cual el viento levanta, arrastra y dispersa los fragmentos de rocas meteorizadas del suelo recibe el nombre de deflación. En función del tamaño y del peso de los gránulos de arena levantados por el viento, éstos evolucionan sobre el lecho arenoso de una u otra manera. Algunos de ellos –los más grandes y pesados– no logran escapar de la superficie y se deslizan por ella. Los más pequeños sí que consiguen saltar –ayudados por los bucles turbulentos a los que antes nos referimos–, dando lugar a las rizaduras asimétricas. Las partículas más finas son capaces de mantenerse durante mucho tiempo suspendidas en el aire, lo que contribuye a enturbiar el aire.
© José Miguel Viñas
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