Las bajas temperaturas reinantes hacen de las regiones polares el paraíso de los amantes del hielo y de toda la multiplicidad de formas que éste adopta, no sólo sobre tierra firme o sobre la superficie marina, sino también en la atmósfera, donde su presencia es muy destacada. Aparte de los cristales de hielo contenidos en las nubes, esas minúsculas estructuras hexagonales surgen también de forma espontánea en aire claro, dando lugar al llamado polvo de diamante.
Resulta ciertamente espectacular ver flotando en el aire miríadas de puntos brillantes, similares a la purpurina, iluminados por el refulgente sol bajo de latitudes altas. Aunque en aquellos remotos parajes el contenido de humedad del aire no es excesivamente elevado, la temperatura del aire “a ras de hielo” es tan baja que parte del vapor de agua presente en el aire se sublima, transformándose en esos cristalitos de hielo. El fenómeno se llama precisamente “polvo de diamante” porque al producirse con los cielos rasos, cuando es de día y luce el sol, los pequeños prismas de hielo actúan como minúsculos espejos y en el ambiente parecen flotar pequeños diamantes, lo que suele venir acompañado de espectaculares fenómenos ópticos como los halos, parhelios y una gran variedad de arcos luminosos.
En ocasiones, la presencia de esas finas partículas suspendidas en el aire es tan abundante, y su tamaño lo suficientemente grande, como para poder precipitar, dando lugar a lo que
En un viaje al norte de Finlandia, realizado en febrero de 2010, Emilio Rey, conocido aficionado a
© José Miguel Viñas
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