El fin de semana del 17 y 18 de abril de 2010 una nube volcánica acaparó el interés mundial. Algunos días antes, la erupción del volcán islandés Eyjafjalla lanzó a la atmósfera una densa columna de gases ardientes y materiales piroclásticos de distintos tamaños, que empujados por el viento se fueron dirigiendo hacia el Este, provocando el cierre de la mayor parte del espacio aéreo europeo. Una situación tan excepcional como esa merece un breve comentario.
El que un volcán entre en erupción en Islandia a nadie debería sorprender, ya que ese país nórdico se localiza en una de las zonas de
Las nubes de origen volcánico presentan algunas particularidades que las distinguen claramente de las convencionales. Los materiales incandescentes que lanza con furia el volcán hacia arriba generan de inmediato un gigantesco pirocúmulo que gana altura con rapidez. En su interior conviven gases tóxicos procedentes de las emanaciones del volcán, con vapor de agua y abundantes piroclastos, que serían los fragmentos de roca volcánica de diferentes calibres –desde las cenizas más pequeñas, con diámetros siempre inferiores a los
A medida que esa nube va ganando altura, los vientos dominantes van desplazándola lateralmente, formándose una pluma que, en el caso del volcán Eyjafjalla, se extendió varios miles de kilómetros hacia el Este, alcanzando los cielos de gran parte del continente europeo. Al quedar los materiales confinados en los niveles de atmósfera donde vuelan los aviones, ante la posibilidad de que las partículas volcánicas incidieran negativamente en ellos (obturando la salida de gases de los motores y actuando como una lija sobre los perfiles de vuelo), las autoridades responsables del tráfico aéreo se vieron obligadas a ir restringiendo progresivamente las zonas libres para el vuelo, produciéndose un cierre de aeropuertos en cascada, lo que dejó en tierra a millones de pasajeros. Aunque se oyeron voces críticas, tildando la medida de desproporcionada e irresponsable, en mi opinión hay que aplaudir que primara la seguridad aérea por encima de cualquier otra cosa, con independencia de la incertidumbre que pudiera haber sobre el impacto que los materiales volcánicos pudieran tener sobre las aeronaves.
La nube de cenizas ha puesto de manifiesto lo vulnerables que somos ante una “pequeña” erupción volcánica. Las condiciones meteorológicas en esta ocasión jugaron en contra de los intereses de millones de personas confiadas en llegar puntuales a sus lugares de destino. A pesar de los malos momentos que vivieron muchas de ellas, el orden y la normalidad tardaron poco en restablecerse. Las cosas hubieran sido muy distintas si hubiera entrado en erupción el Hekla o el Katla –volcanes vecinos del Eyjafjalla–, al ser muchos más los materiales inyectados a la atmósfera, incidiendo las cenizas no sólo en los vuelos a una escala regional, sino también en el clima y la salud a una escala global.
© José Miguel Viñas
Permitida la reproducción total o parcial de este texto, con la única condición de que figure el nombre del autor y la fuente: www.divulgameteo.es