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Nieblas de valle


Nieblas de valle


A vista de pájaro, este es el aspecto que muestran las nieblas que, a menudo, se forman en los valles. La fotografía fue tomada desde un avión que en esos momentos sobrevolaba la cordillera de los Alpes, y se asemeja bastante a un molde de escayola, en el que el líquido blanco –las nieblas en nuestro caso– rellena perfectamente todos los huecos e intersticios. Las montañas conforman una cubeta natural donde el fluido atmosférico queda confinado.

Las nieblas de valle son un caso particular de nieblas de irradiación. Son, por tanto, debidas al importante descenso nocturno de la temperatura a ras de suelo que tiene lugar en cotas medias y altas. Bajo regímenes anticiclónicos, en los que domina la calma meteorológica, en las montañas cobra protagonismo el régimen de brisas. Al caer la noche, se invierte el sentido de la célula de brisa, que durante el día hizo soplar al viento de abajo a arriba (brisa de valle), y comienzan a soplar los vientos catabáticos (descendentes), que son los encargados de acumular aire frío en el fondo de los valles.

La presencia de este tipo de nieblas puede ocurrir en cualquier época del año, si bien el invierno es la época más propicia, debido a las invasiones periódicas de masas de aire frío de origen polar que se abaten sobre una zona como los Alpes o la propia Península Ibérica. En verano no son raras las nieblas en los valles más encajonados, ya que se acumula el suficiente aire frío durante la noche como para crearse una inversión térmica a cierta altura sobre el valle y darse por debajo de ella las condiciones de saturación en el aire.

Constituye un bonito espectáculo observar estas nieblas por encima. Desde un avión o una imagen de satélite podemos visualizar con gran fidelidad el intrincado laberinto que forman los valles alrededor de las montañas. Desde la propia montaña, ganando la suficiente altura como para dejar el estrato nuboso a nuestros pies, se despliega ante nosotros el portentoso mar de nubes, con un blanco deslumbrante que no conviene observar sin la protección ocular adecuada.

Hacia 1818, Caspar David Friederich (1774-1840), principal representante de la pintura romántica alemana, pintó uno de sus cuadros más emblemáticos. Se trata de “El paseante sobre el mar de niebla”. En él se observa una persona de espaldas en lo alto de un risco, con un convulso mar de nubes a sus pies. La obra transmite ese sentimiento de devoción-admiración que sentimos ante los paisajes y los fenómenos naturales que se despliegan a nuestro alrededor. Se trata de uno de mis cuadros favoritos, en el que me identifico plenamente con el personaje dibujado por Friederich.


© José Miguel Viñas

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