El clima en la Andalucía del Siglo de Oro, en contraste con siglos anteriores y posteriores, estuvo marcado por la irregularidad y el extremismo –tanto en agua como en temperatura–, hasta el punto que las creencias y las prácticas religiosas se vieron condicionadas por estos rigores meteorológicos. Todos, desde el rey hasta el más pobre, invocaban el favor divino ante circunstancias difíciles o desfavorables. Las rogativas más frecuentes eran las que pedían la llegada de lluvias –pro pluvia– y las que solicitaban la calma después de un período revuelto –pro serenitate–. Fueron una práctica cotidiana muy extendida en Andalucía durante los siglos XVI y XVII.