Los marinos tienen que vérselas a veces con grandes olas y fuertes ráfagas de viento que dificultan la navegación, poniendo a prueba la resistencia de las embarcaciones y en riesgo –en casos extremos– su propia vida. Existen algunas zonas marítimas donde las condiciones meteorológicas son con frecuencia malas. Los duros temporales que se dan allí convierten en temerarias las travesías que discurren por esas aguas, siendo larga la lista de naufragios ocurridos en ellas.
Una de esas zonas es mundialmente conocida como “Los 40 rugientes” (Roaring Forties). Se trata de la franja latitudinal que discurre entre los paralelos 40 y 50 del hemisferio sur. A lo largo del siglo XIX, los Clippers, con sus grandes arboladuras, surcaron los mares del sur a toda velocidad aprovechando el impulso de los fuertes vientos del Oeste que dominaban en el citado pasillo marítimo, conectando Europa con el Extremo Oriente, Australia y Nueva Zelanda. En realidad, hemos de remontarnos hasta principios del siglo XVII para encontrarnos con el primer marino –el navegante holandés Hendrick Brouwer– que eligió esa vía rápida para conectar Sudáfrica con Indonesia.
Tanto en el hemisferio austral –eminentemente oceánico– como en el boreal, en latitudes medias dominan las corrientes del Oeste (las que traen las borrascas y los frentes hasta
La fama que tienen todas estas zonas de bastante peligrosas y traicioneras para la navegación es, sin duda, muy merecida. Dicha circunstancia tiene su reflejo en los curiosos nombres que los marinos han puesto a estos “corredores de la muerte”. Si el término “rugientes” nos da una idea del ruido que produce la mar agitada en combinación con el viento entre el paralelo 40 y 50 del hemisferio austral, más al sur nos encontramos con “Los 50 Furiosos” (Fourious Fifties), conocidos también como “aulladores” (Howling Fifties). Magallanes, hacia 1520, fue el primero en escuchar esos aullidos, en su intento por localizar un paso marítimo al sur del continente americano. Pero, sin duda, es en el cinturón de borrascas que rodea
Como corolario final, podemos afirmar que la magnitud de un temporal marítimo es directamente proporcional a la intensidad del sonido que genera.
© José Miguel Viñas
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