De todos los temas que toca la Meteorología, uno de los que más interés despierta entre la gente –y sobre el que más cosas se especulan, dando a menudo palos de ciego–, es el de la modificación artificial del tiempo y la capacidad que tenemos los seres humanos para provocar lluvia a nuestro antojo o para impedir en un momento dado que una tormenta descargue una fuerte granizada, cuyas consecuencias son a menudo catastróficas para el campo.
Para introducir este apasionante tema, nada mejor que reproducir aquí íntegramente el clarificador artículo (“La lluvia artificial”) que, en septiembre de 2001, publicó el entrañable profesor José Aguilar Peris en la revista digital QUARK. A finales de la década de 1980, tuve la suerte de ser alumno suyo de Termología en la Facultad de Ciencias Físicas de la Universidad Complutense de Madrid.
“Las primeras investigaciones sobre lluvia artificial fueron realizadas al finalizar la II Guerra Mundial por dos científicos de la General Electric en Nueva York. Vicent J. Schaefer y Irving Langmur (Nobel de Química 1932), utilizaban un frigorífico para estudiar las causas de la formación de hielo en las alas de los aviones, fenómeno que durante la guerra había causado graves problemas, especialmente en los aterrizajes.
Un día, Schaefer, cuando intentaba reducir rápidamente la temperatura del congelador mediante la introducción de una pastilla de hielo seco (dióxido de carbono sólido), observó la formación súbita de abundantes copos de nieve. Según sus palabras "se había desencadenado en el frigorífico una tormenta de nieve en miniatura". La idea de provocar lluvias artificiales en el seno de las nubes surgió inmediatamente.
Los primeros ensayos se verificaron sembrando hielo seco finamente pulverizado desde un avión en el seno de nubes cumuliformes (cumulonimbos), de gran desarrollo vertical y, por tanto, con su cima a muy baja temperatura. Las gotitas de agua subfundidas de la nube se transformaban en cristales de hielo que aumentaban rápidamente de tamaño y caían en forma de lluvia, nieve o granizo.
Poco después, otro colaborador de la General Electric, Bernard Vonnengut, experto en núcleos de cristales, descubrió que el yoduro de plata poseía una estructura microscópica muy semejante a la del hielo. De acuerdo con la teoría de la epitaxis, si dos minerales de diferente especie, poseen una compatibilidad estructural, sus cristales pueden crecer conjuntamente en determinadas direcciones. Vonnengut pensó que el yoduro de plata, en virtud de esta propiedad, debería ser un núcleo de condensación mejor que el hielo seco en la producción de grandes cristales y provocaría la lluvia con mayor eficacia. Además, calentando el yoduro de plata para formar un vapor ascendente, la siembra podría realizarse desde el suelo. Este compuesto se usa hoy rutinariamente para eliminar la niebla a ras del suelo y evitar el cierre de los aeropuertos. Es capaz de producir lluvias y copos de nieve cuando actúa sobre nubes a temperaturas próximas a – 4º C, mientras que el hielo seco sólo era eficaz a temperaturas próximas a – 40º C.
A principios de la década 1950-60, la siembra de nubes para producir lluvias artificiales se puso de moda. La Oficina Meteorológica Federal de los EE.UU. creó el "Proyecto Cirrus" sobre modificaciones del tiempo y se fundaron compañías comerciales para producir por encargo lluvias artificiales. Algunos resultados fueron espectaculares en el sentido previsto, obteniéndose precipitaciones, aunque siempre en cantidad moderada.
Las nubes cálidas (cima a temperatura superior a 0º C), que carecen de cristales primarios de hielo también pueden sembrarse con núcleos de condensación gigantes (diámetro mayor de 20 micras) o higroscópicos como el cloruro sódico o la urea. Incluso se ha ensayado la siembra con agua pulverizada a presión que al chocar con el agua de la nube, forma gotas de tamaño suficiente para producir un chaparrón. No obstante, ello exige grandes cantidades de agua, lo que le convierte en un proceso costoso y de rendimiento mínimo.
Aspectos legales y sociológicos
La siembra de nubes para producir lluvias artificiales perdió popularidad, cuando se reveló en 1972 que esta técnica se había utilizado por los americanos como arma bélica en
la Guerra de Vietnam para inundar carreteras y atascar el movimiento de tropas y carros de combate. Estos hechos pusieron en guardia a la comunidad internacional. La lluvia artificial podía destruir vidas humanas y arruinar cosechas. Incluso en tiempo de paz, la modificación del régimen de lluvias crea problemas legales. Supongamos que la lluvia se produce artificialmente sobre una granja agrícola o ganadera,
A. Más allá, en la dirección del viento existe otra granja
B, también necesitada de agua y su propietario opina que ha perdido injustamente su oportunidad de recibir el beneficio de una lluvia natural, ya que la nube fue drenada antes de llegar a su "destino" y en consecuencia, denuncia el proceso. ¿Pero, qué juez puede asegurar que el "destino natural" de aquella lluvia era la granja
B y no otra
C más alejada, o el propio océano, donde nadie se beneficiará del agua derramada? El tema nos recuerda el caso anecdótico del vecino ateo de un pueblo, que ante una fuerte sequía, se negó a participar en las rogativas organizadas por el párroco pidiendo en procesión la ayuda del cielo. Las aguas aparecieron copiosas ante la alegría de las gentes, pero aquel vecino denunció al párroco por considerarle culpable de un rayo que provocó un incendio en su granero.
Por otra parte, ¿qué efectos producen las sustancias químicas cómo el yoduro de plata, utilizados en la producción de lluvias, sobre el agua de ríos, lagos o mares, sobre las plantas y sobre los animales? Incluso a nivel estatal, ¿sería lícito proyectar grandes lluvias en el oeste de un país, de naturaleza árida, a expensas de debilitar las lluvias en su zona oriental?
Todas estas preguntas y otras semejantes condicionan a los científicos sobre la licitud del empleo comercial de las lluvias artificiales. La cuestión ha sido planteada en las Naciones Unidas y en otros foros internacionales, sin que haya sido tomada una decisión definitiva, pero en muchos países estas prácticas han sido expresamente prohibidas.”
© José Miguel Viñas
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