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La sombra de la Tierra


La sombra de la Tierra


Entre la multitud de fenómenos que tienen lugar en la atmósfera, los hay bastante escurridizos, que precisan de unas condiciones muy particulares para su formación, siendo difíciles de observar, mientras que otros, a pesar de ocurrir con mayor asiduidad, pasan a menudo desapercibidos. Entre estos últimos estaría la sombra que nuestro planeta proyecta hacia atrás sobre su propia atmósfera, lo que acontece tras la puesta de sol o justo antes de su salida.

Si no solemos percatarnos de ello es porque el cielo que más llama nuestra atención durante un atardecer o amanecer es precisamente el del lado donde se localiza nuestra estrella y no el contrario. Las tonalidades cálidas (anaranjadas, rojizas, rosáceas…), a veces muy encendidas, los arreboles, el majestuoso disco solar durante el orto y el ocaso… son elementos que nos atrapan irremisiblemente, quedando en un segundo plano lo que acontece en el lado contrario de la bóveda celeste. Justamente allí –hacia el este, en el caso del atardecer– la uniformidad del color azul celeste se rompe cuando el sol se oculta por el oeste.

La Tierra proyecta hacia atrás en el espacio un cono de sombra que llega a extenderse del orden de unos 600.000 kilómetros. Dicha circunstancia es la responsable del color rojo que adopta la luna durante un eclipse total lunar, ya que nuestro satélite natural es interceptado en su totalidad por dicha sombra, pero la dispersión de la luz que tiene lugar en el delgadísimo anillo gaseoso que rodea la Tierra (aspecto que adopta la atmósfera terrestre desde la perspectiva lunar o cualquier otro lugar del espacio lo suficientemente alejado de nuestro planeta) hace que de dicho anillo emane una luz rojiza muy envolvente, que es la encargada de teñir de rojo a la luna llena durante el eclipse.

Tras la puesta de sol, la sombra en ascenso de nuestro planeta se proyecta sobre la zona de atmósfera situada en el lado contrario al sol, ennegreciéndose la parte más baja del cielo de forma progresiva durante algunos minutos. Dicha banda de azul, bastante más oscuro que el que tenemos algo más arriba en el cielo, está delimitada en su parte inmediatamente superior por otra banda de color rosáceo –fruto de la dispersión de la luz– que marca el límite de la sombra. 

El fenómeno puede observarse con nitidez durante algunos minutos, siempre y cuando el cielo esté despejado y la calidad óptica del aire sea buena (pocas partículas en suspensión). Los grandes horizontes marinos –en situaciones encalmadas– o las llanuras o mesetas son lugares propicios para poder observar la sombra terrestre, lo mismo que las zonas elevadas como las cumbres de las montañas. En el caso particular del atardecer, una vez oculto el disco solar bajo el horizonte, en la medida en que avanza el crepúsculo vespertino y disminuye la luminosidad ambiental, la sombra –al cabo de poco más de 10 minutos de “vida”– desaparece y el color del cielo en la zona opuesta al sol recobra su uniformidad.


© José Miguel Viñas

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