Difícil elección la de elegir cuál es el espécimen más bello de toda la fauna nubosa. Aún a riesgo de ser subjetivo, me inclino por las nubes lenticulares y en especial por aquellas en las que se apilan diferentes capas. El resultado es una nube como la de la fotografía, realzada por la siempre especial luz del atardecer, que incide desde abajo sobre su panza. La imagen fue captada en octubre de 2002, sobre las montañas Tararua Range, en Nueva Zelanda.
La formación de este tipo de nubes siempre está asociada al fenómeno de onda de montaña, siendo necesaria la presencia de un viento fuerte (de más de 20 nudos) que incida perpendicularmente (o casi perpendicular) a un sistema montañoso, en un entorno de estabilidad atmosférica caracterizado por la presencia de una inversión térmica algo por encima las cimas. Si por debajo de esa inversión el aire está húmedo, en las crestas de las ondas que se forman a sotavento del obstáculo montañoso aparecerán las nubes lenticulares, permaneciendo estáticas durante horas en la misma posición, si bien con el paso del tiempo van adoptando formas muy variadas y caprichosas, hasta que terminan desvaneciéndose al aflojar el viento, cambiar su dirección o perder humedad el aire a ese nivel.
Las lenticulares más espectaculares son las que se forman en la primera cresta de la onda de montaña, a sotavento y a unos 10-
En realidad, no hace falta viajar a nuestras antípodas para disfrutar de una nube tan bella y espectacular como la que acompaña estas líneas. Uno de los lugares del mundo donde la formación de ondas de montaña da lugar a maravillosas formaciones nubosas como ésta, es sin duda la isla canaria de
© José Miguel Viñas
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