La observación atenta del cielo nocturno puede arrojar interesantes pistas sobre cuestiones de lo más diversas relacionadas con las ciencias de la Tierra. El papel de las nubes en el clima sería una de ellas. La manera en que la cobertura nubosa terrestre influye en la temperatura global del planeta, es una de las cuestiones más controvertidas en el actual debate climático. La observación de la luna podría ayudar a mejorar nuestra comprensión del asunto.
No hace falta ser un astrónomo para detenerse un rato a mirar la luna; todos lo hacemos centenares de veces a lo largo de nuestras vidas. Alguna de esas veces, quizás no le haya pasado desapercibido un detalle que invita a la reflexión. En los días en que la luna presenta cuernos finos –los días previos o posteriores a la fase de luna nueva– somos capaces de ver con nitidez la totalidad del disco lunar. La fracción de luna enfrentada a la Tierra que no está iluminada directamente por el sol, presenta un tono gris apagado, similar al de la ceniza. Se trata de la luz cenicienta.
Dicha evidencia visual no encaja del todo bien con lo que la lógica parece indicarnos, y es que la parte de disco lunar no bañada por la luz del sol, debería de aparecer igual de oscura que el fondo estrellado, por lo que sería prácticamente invisible desde la Tierra. La solución a este enigma la encontró por primera vez Nicolás de Cusa (1401-1464), a principios del siglo XV, y fue completada algunos años más tarde por Leonardo da Vinci (1452-1519), tal y como reflejan algunos dibujos y anotaciones incluidas en el Codex Leicester.
La luz cenicienta es el reflejo de la luz con la que la Tierra ilumina la luna. Cuando desde la Tierra vemos a nuestro satélite natural en fase de luna nueva, un hipotético selenita que estuviera en ese momento observando la Tierra desde la superficie lunar, nos vería brillar en el cielo en fase de Tierra llena La observación de una Tierra llena desde la luna ha de ser, necesariamente, mucho más espectacular que la visión de una luna llena desde nuestro planeta, ya que la Tierra refleja al espacio tres veces más luz que la luna, aunque con importantes fluctuaciones.
Si la Tierra es un cuerpo mucho más brillante que la luna, es debido a la presencia permanente de nubes y grandes áreas de hielo sobre la superficie terrestre, con una elevada capacidad reflectora (del orden del 90% en el caso de la nieve). La luz cenicienta se hace especialmente perceptible hacia el inicio de la primavera, que es cuando –en promedio– se alcanza la mayor superficie cubierta de hielo y nieve en el Hemisferio Norte. La variabilidad que presenta dicha superficie de unos años a otros, así como la siempre cambiante distribución espacial de las nubes, introduce importantes fluctuaciones en la luz cenicienta. Su medida exacta –a través de un registro continuo– puede ayudar a los científicos a desenmascarar la manera en que las nubes y el hielo modulan la temperatura planetaria.
© José Miguel Viñas
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