Escribo estas líneas en el arranque de la primavera 2010, que vino precedida de un invierno extraordinariamente nivoso en las montañas ibéricas. Con el ascenso de las temperaturas propio de la estación, la nieve comienza a fundirse a gran velocidad y en grandes cantidades, lo que supone un aporte de agua extraordinario para nuestros ríos y acuíferos, aumentando el riesgo de aludes en las zonas montañosas de mayor pendiente y acumulación de nieve.
Son varios los procesos que contribuyen a fundir la nieve depositada sobre el suelo. Aparte de la temperatura del aire, antes apuntada, la radiación solar que incide directamente sobre el manto nivoso contribuye también a fundirla, aunque sólo en una pequeña proporción, ya que la nieve recién es capaz de reflejar del orden del 90% de la radiación incidente, actuando casi como un espejo. En la medida en que la nieve se va ensuciando al irse acumulando polvo y otros elementos sobre su superficie, la fusión por la incidencia directa de radiación solar es mayor.
El viento sería uno de los factores que contribuyen más eficazmente a derretir la nieve. Con el aire encalmado, aunque la temperatura ambiental sea alta, la fusión no es demasiado importante, pero si comienza a soplar viento, el intercambio de calor entre la nieve y el aire se incrementa de forma notable y el manto nivoso mengua con rapidez. Por otro lado, con las grandes amplitudes térmicas diarias que suelen darse en primavera, la nieve cambia de aspecto y de propiedades dependiendo de que sea de día o de noche. Su superficie se ve sometida diariamente a un ciclo de fusión y recristalización, adquiriendo unas características que los esquiadores identifican con el calificativo de “nieve primavera”.
La primera helada que tiene lugar sobre una capa de nieve virgen, provoca la formación de una escarcha superficial que inicialmente forma una finísima costra de hielo. Si el manto de nieve se mantiene sobre el suelo durante varios días o semanas, las sucesivas heladas nocturnas de radiación provocan una recristalización sucesiva del hielo y el tallado de estructuras geométricas de gran belleza. Durante el día, gran parte de esa costra helada se funde, volviéndose la nieve pastosa, mientras que por la noche, al enfriarse más la superficie que el interior del manto de nieve, el calor retenido por éste, deja escapar vapor de agua que al llegar a la superficie se sublima, formando bellas estructuras de hielo.
En la fotografía que acompaña este texto podemos observar en una de esas delicadas estructuras la transición de sólido a líquido. La imagen forma parte de una bonita serie de macros que el 2 de marzo de 2010 captó con su cámara mi buen amigo Ramón Baylina, acompañado de su inseparable Conxi, en el Puerto de
© José Miguel Viñas
Permitida la reproducción total o parcial de este texto, con la única condición de que figure el nombre del autor y la fuente: www.divulgameteo.es