La ecología, ¿un problema medieval?
Adeline Rucquoi
Tiempo de historia, Año V, nº 54 (1 de mayo de 1979); pp. 54-65
La falta de curiosidad del gran público hacia la historia –con la excepción, quizás, de algunos temas contemporáneos, o anecdóticos, sobre los acontecimientos políticos del pasado–, falta de curiosidad cuidadosamente creada y mantenida por el poder, tiene por consecuencia una doble actitud. Por una parte, la de considerar que nuestra época es la mejor en todos los dominios (o casi) y que el progreso social, económico, técnico y político (?) nos llevan hacia una Edad de Oro, situada en el futuro. Concepción positivista de la historia humana, que Lewis Mumford resumía diciendo que la tendencia es de creer que si las calles de las ciudades eran sucias en el siglo XIX, seiscientos años antes debían ser seiscientas veces más sucias. La segunda actitud, muy anterior a la filosofía de Auguste Comte, coloca al contrario la Edad de Oro en el pasado y considera que «cualquier tiempo pasado fue mejor»; dentro de esta filosofía –¿acaso convendría decir ideología? –, la historia del mundo regresa en vez de progresar y el hombre destruye poco a poco la tierra antes de acabar con ella cualquier día mediante, por ejemplo, una explosión atómica.
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