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La Pequeña Edad de Hielo


La Pequeña Edad de Hielo

A lo largo de la historia de nuestro planeta, el clima terrestre se ha visto sometido a múltiples variaciones de diferente signo y magnitud. Uno de los períodos que más interés ha despertado entre los climatólogos es el que se ha dado en llamar la Pequeña Edad de Hielo (PEH), caracterizado por el frío y la severidad de los episodios meteorológicos. Dicho periodo abarcó cinco siglos de historia, si bien su incidencia y duración no fue igual en toda la Tierra.


Los primeros signos de cambio de dejaron sentir en el norte de Europa y de Norteamérica a mediados del siglo XIV, lo que puso fin al período bautizado como Óptimo Cálido Medieval. Según fueron transcurriendo las últimas décadas de aquel siglo y las primeras del XV, el frío fue extendiéndose cada vez por más zonas del Hemisferio Norte y del resto del planeta, si bien no fue hasta mediados del siglo XVII cuando la PEH se manifestó con toda su crudeza; una situación que se prolongó, con importantes altibajos, hasta mediados del siglo XIX.

La sucesión de inviernos muy fríos, de duración notablemente superior a los tres meses que marca la estación astronómica, en los que la nieve y el hielo permanecían sobre el suelo largos periodos de tiempo, intercalados por veranos que a menudo eran frescos y húmedos, fueron la tónica general durante el “núcleo duro” de la PEH, lo que condicionó sobremanera a las sociedades humanas de aquella época. El imparable avance de los glaciares de los Alpes forzó al abandono de algunos pueblos suizos, el río Támesis a su paso por Londres, lo mismo que los canales holandeses, permanecía congelado durante gran parte del invierno, lo que permitía el patinaje y el desarrollo de numerosas actividades sobre la gruesa capa helada.

En España, el río Ebro se heló al menos 7 veces durante el período que va entre 1505 y 1789. Los climatólogos Javier Martín Vide y Jorge Olcina han señalado para España cuatro períodos de la PEH, en los que aumentó la frecuencia de episodios catastróficos tales como lluvias intensas, temporales marítimos o grandes nevadas (mitad del siglo XV, 1570-1610, 1769-1800 y 1820-1860), intercalados por sequías severas.

Numerosos cuadros pintados durante la PEH reflejan las particularidades de aquel frío período de la historia. No es casualidad que entre 1565 y 1665 los paisajes invernales se convirtieran en un motivo recurrente entre los pintores europeos. El pintor flamenco Pieter Brueghel “El Viejo” pintó hacia 1565 –año en el que tuvo lugar uno de los inviernos más fríos de toda la PEH– cuatro de sus obras más conocidas, entre las que se encuentra “Cazadores en la nieve”. En las primeras décadas del siglo XVII el también pintor flamenco Hendrick Avercamp, inmortalizó escenas parecidas en sus cuadros, en los que aparecen los canales holandeses congelados.

Respecto a las causas que dieron lugar a este notable enfriamiento planetario, hay una que sobresale por encima de las demás, si bien no explica por sí sola la bajada del orden de 1 ºC que –según las estimaciones– aconteció en la temperatura media del Hemisferio Norte durante la PEH. Se trata de la baja actividad solar, en especial la que aconteció durante el período 1645-1715, conocido como “Mínimo de Maunder”. La ausencia casi total de manchas solares durante aquellos años sugiere que el sol emitió al espacio una cantidad significativamente menor de energía que la que emite normalmente, lo que contribuyó al descenso de la temperatura. Dicha circunstancia, al parecer, coincidió en el tiempo con una actividad volcánica mayor que la actual. La presencia de un fino velo de cenizas y gotitas de ácido sulfúrico en la parte alta de la atmósfera (principalmente en la estratosfera) contribuyó también al enfriamiento, al reflejar dichas partículas una porción de la radiación solar incidente. Se desconoce la manera en que intervinieron durante la PEH otros factores naturales, como la circulación oceánica, lo que podría dar un mayor o menor peso al “Mínimo de Maunder” como causa principal del enfriamiento.


© José Miguel Viñas

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