Quizás le hayan llamado la atención alguna vez las gotas de agua que quedan depositadas sobre el cristal de una ventana después de haber llovido. Si las observa con atención durante algún tiempo, llegará a entender cómo se evapora el agua en la atmósfera y la manera en que interactúan las gotas entre sí. Aparte de este ejercicio de erudición, merece la pena por sí misma la contemplación de ese estampado de perlas efímeras de singular belleza.
Aunque es evidente que las gotas de lluvia caen siempre de arriba a abajo –desde la nube donde se forman hasta la superficie terrestre–, no acostumbran a hacerlo según la vertical exacta del lugar (la dirección que marcaría una plomada), sino que están dotadas de cierto desplazamiento lateral, provocado por el viento que en mayor o menor medida siempre sopla. Si la trayectoria de las gotas en su caída se ajustara perfectamente a la vertical, los cristales de las ventanas apenas recibirían impactos de ellas, salvo unas pocas salpicaduras, lo que vemos que ocurre a veces, aunque no es la norma.
Lo normal es que al comenzar a llover, los cristales de las ventanas empiecen a mojarse de forma progresiva. Lo harán en mayor o menor medida en función de cuál sea la intensidad de la lluvia y del viento. Con elevadas intensidades, el efecto sería parecido al de arrojar cubos de agua o manguerazos sobre una ventana, formándose una película de agua permanente sobre ella. Cuando la lluvia cesa, sobre el cristal queda instalado un rosario de gotas de todas las formas y tamaños, muchas de ellas irregulares, tal y como pone de manifiesto la fotografía que acompaña este texto.
Es a partir de este momento cuando resulta interesante observar la evolución de esta distribución de gotas tan anárquica. Las más pequeñas, fruto principalmente de las salpicaduras que provocó el impacto de las gotas de mayor diámetro contra el cristal, son las primeras que se evaporan. Algunas de ellas y de las de tamaño intermedio, en su lento deslizamiento por el cristal, terminan incorporándose a las más grandes, que al aumentar de tamaño no pocas veces inician un precipitado descenso, formando un hilillo de agua a su paso que deja una estela de minúsculas gotitas y va atrapando en su caída a otras gotas que permanecían estáticas, ancladas a la superficie del cristal, hasta ese momento.
El resultado final de esta “dinámica goteril” es la presencia sobre el cristal de cada vez menos gotas pero de mayor tamaño, que van adoptando formas cada vez más redondeadas, hasta que finalmente todas ellas, sin excepción, terminan evaporándose, quedando la superficie totalmente libre de agua. Al contener las gotas de lluvia minúsculos gránulos de polvo que atrapan del aire en su caída y durante su formación en el interior de las nubes, estos minúsculos materiales terminan depositándose en el cristal, quedando las marcas de las gotas, de manera similar al cerco de un vaso sobre una mesa, provocado en este caso por el desbordamiento por sus bordes de parte del líquido contenido en él.
© José Miguel Viñas
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