Según las leyendas artúricas, Morgan Le Fay –el hada Morgana– es la personificación del mal, una mujer fatal que atrapa a los hombres gracias a sus irresistibles encantos y a sus continuas metamorfosis. El fata Morgana de los italianos sirve también para identificar, aparte de a la hermanastra del rey Arturo, un curioso fenómeno óptico atmosférico, consistente en la aparente elevación y alargamiento de los objetos situados en las cercanías del horizonte.
El hecho de que islas, acantilados, montañas en lontananza o icebergs a la deriva adopten, al estirarse aparentemente, un aspecto que recuerda a los castillos de los cuentos de hadas, es la causa por la que el fenómeno recibe el citado nombre. La primera referencia a una fata Morgana data de 1818, y se refiere a un espejismo observado en el Estrecho de Messina, entre Calabria –la punta de la bota que parece formar
Los rayos de luz al atravesar la atmósfera terrestre sufren variaciones en su trayectoria, originalmente rectilínea, curvándose de manera acusada al atravesar capas de aire con diferentes índices de refracción y, en consecuencia, diferentes propiedades ópticas. La luz procedente del sol se curva tanto más cuanto más cerca esté el disco solar del horizonte. La luz –reflejada en este caso– procedente de los objetos que hay en el horizonte se ve afectada notablemente por la refracción atmosférica, dando lugar a los singulares espejismos.
En condiciones normales, la densidad del aire disminuye con la altura, siendo mayor junto a la superficie terrestre que en los niveles superiores de atmósfera. Sin embargo, es relativamente habitual que el aire que tengamos pegado junto al suelo se caliente mucho o, por el contrario, que se enfríe bastante con respecto al aire que descansa sobre él, situado en un nivel inmediatamente superior. En tales casos, se producen espejismos inferiores o superiores, siendo estos últimos los que llamamos fata Morgana. Los inferiores serían los que dan lugar en verano a esos “charcos” que parecen surgir en la lejanía sobre el recalentado asfalto de las carreteras.
Para poder observar una fata Morgana como la de la fotografía, tiene que haber una acusada inversión térmica en niveles bajos de la atmósfera, pegadita al suelo o a la superficie marina. Dichas condiciones atmosféricas son relativamente frecuentes en latitudes altas (regiones polares), cuando el tiempo está encalmado y se acumula aire muy frío junto a la superficie terrestre, deslizándose por encima de él una capa de aire a mayor temperatura. La interfase entre ambas capas actúa entonces como una potente lente refractante, produciendo una imagen invertida de los objetos situados en el horizonte, que pasamos a ver colocados por encima de su posición original, dando la sensación de que flotan en el aire. A veces, el objeto que genera la imagen invertida está por debajo de nuestro horizonte.
© José Miguel Viñas
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