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Estar en las nubes


Estar en las nubes


Cualquiera que haya volado en avión sabe que al ascender por la atmósfera se adquiere una perspectiva muy diferente a la que tenemos desde tierra. La observación por primera vez de un paisaje de nubes desde la ventanilla, provoca en nosotros una sensación de falsa realidad, como si de un sueño se tratase. Estar en las nubes –literalmente en este caso–, flotando junto a los delicados velos que las forman, constituye una experiencia única en cada vuelo.

Las formas y las texturas de las nubes a vista de pájaro no son significativamente diferentes a las que observamos desde la superficie terrestre. Sí que son mucho más vivas las tonalidades, tanto del cielo raso como de las propias formaciones nubosas, especialmente los topes y su blanco refulgente. Dicha blancura contrasta con el azul celeste, tanto más oscuro cuanto más arriba nos situemos en la atmósfera, debido a la menor presencia de moléculas gaseosas como el vapor de agua, que se presenta en cantidades ínfimas a la altitud de crucero típica de los vuelos comerciales.

Debido a que las nubes no tienen unos tamaños característicos, es imposible determinar a qué distancia se encuentran de nosotros cuando las observamos a través de la ventanilla de un avión. Puesto que las nubes grandes tienen formas semejantes a las pequeñas –lo que pone de manifiesto su naturaleza fractal–, somos incapaces de determinar su tamaño y por ende la distancia entre ellas o la que nos separa de las mismas. Según me contó hace algún tiempo mi buen amigo Bartolo Luque, la relación que existe entre el perímetro de una nube y su área nos proporciona una de las relaciones fractales en la naturaleza de más órdenes de magnitud.

Cuando estamos en tierra y  la cobertura nubosa es grande, nuestra visión del conjunto de nubes es muy limitada. Las más cercanas al suelo se distribuyen a menudo en capas superpuestas que actúan como una pantalla, impidiéndonos la observación directa de las capas o nubes aisladas situadas en los niveles atmosféricos superiores. Desde un avión, el lecho nuboso se despliega ante nuestros ojos tal y como refleja esta fotografía, realizada por José Tous Borrás el 18 de enero de 2006 a las 8 horas, pocos minutos después del despegue de un vuelo León-Barcelona. Con los motores todavía a toda potencia, el avión, en pleno ascenso, deja ya por debajo algunos estratos y nieblas iluminadas por el sol. Las nubes medias, cuyas bases se sitúan por término medio entre los 2 y los 6 kilómetros de altura, dominan la escena, destacando las de tipo lenticular en el centro de la imagen.


© José Miguel Viñas

Permitida la reproducción total o parcial de este texto, con la única condición de que figure el nombre del autor y la fuente: www.divulgameteo.es




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