No son pocas las veces en que la labor predictiva del hombre del tiempo se suele comparar con las supuestas dotes adivinatorias de los amigos de lo oculto, aquellas personas –personajes, más bien– que intentan convencernos, previo pago, de que tienen la capacidad de ver el futuro. Lo único que tienen en común videntes y meteorólogos es la bola de cristal como instrumento de trabajo, usado en cada caso con fines muy distintos.
La de los meteorólogos forma parte de un instrumento de precisión destinado a medir el tiempo que luce el sol en un lugar determinado a lo largo de una jornada. Dicha información, complementaria a la de la cobertura nubosa y a la de la cantidad de radiación directa (procedente directamente del sol), reflejada y difusa (dispersada por la atmósfera), tiene múltiples aplicaciones prácticas, amén del interés puramente meteorológico.
Gracias al ingenio de John Francis Campbell (1822-1885) y de George Gabriel Stokes (1819-1903), disponemos en los observatorios meteorológicos de ese instrumento capaz de registrar cada día el número de horas de sol. Dicho aparato recibe el nombre de heliógrafo de Campbell-Stokes en honor a sus dos inventores, si bien Stokes lo que hizo fue perfeccionar el heliógrafo original desarrollado por Campbell.
La pieza central del aparato es una esfera maciza de vidrio, de
Existen tres posiciones distintas donde poder fijar la banda de cartulina, asi como tres modelos distintos de banda (una recta, una curvada corta y una curvada larga), ya que dependiendo de la época del año, el sol alcanza más o menos altura sobre el horizonte, variando también la inclinación de su trayectoria respecto al suelo.
© José Miguel Viñas
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