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El efecto Coriolis


El efecto Coriolis

El sentido de giro del viento alrededor de una borrasca, lo mismo que la manera en que el agua se arremolina en torno a un desagüe, es el resultado del conjunto de fuerzas que de forma simultánea actúan sobre el medio fluido. Una de esas fuerzas es ficticia, pues no es más que una consecuencia directa de la rotación terrestre. Dicha circunstancia provoca el llamado “efecto Coriolis”, cuya acción tienen en cuenta las ecuaciones que rigen la dinámica atmosférica.


El primer científico que logró describir matemáticamente cómo actúa el movimiento rotatorio de nuestro planeta sobre la trayectoria de un objeto cualquiera (desde una molécula de oxígeno de la mezcla gaseosa que forma el aire, hasta una bala de cañón, pasando por un tren) que se desplaza por la atmósfera o sobre la superficie terrestre, fue el francés Gaspard-Gustave Coriolis (1792-1843). En un artículo suyo, publicado en 1835, identificó al efecto que lleva su apellido con una fuerza adicional que se sumaba a la fuerza centrífuga experimentada por un cuerpo en movimiento con respecto a un sistema en rotación.

Uno de los ejemplos que más se emplean para dar a entender cómo actúa el efecto Coriolis sobre un objeto en movimiento, es el que sigue: Supongamos que en el Polo Norte colocamos un potente cañón y lanzamos con él una bala que dirigimos a un objetivo situado sobre un punto fijo del Ecuador. Si la Tierra no girase, la trayectoria del proyectil sería perfectamente recta (como si de un meridiano terrestre trazado a tiralíneas se tratase). Como en realidad la Tierra está dotada de una rotación, cualquier punto de su superficie (salvo los polos) se desplaza de Oeste a Este, por lo que si observáramos desde fuera de nuestro planeta el lanzamiento del proyectil, comprobaríamos cómo, según fuera avanzando la bala por el aire iría desplazándose cada vez más hacia su derecha, dejando el objetivo a su izquierda.

Cualquier parcela de aire que se desplaza en la atmósfera se ve sometida al efecto Coriolis. Bajo un régimen laminar, en el que el flujo aéreo es aproximadamente rectilíneo, y con escaso rozamiento (lo que ocurre sobre el mar –poco rugoso– o a cierta altura por encima del suelo), el movimiento resultante sigue la dirección de las isobaras, dejando las altas presiones a su derecha y las bajas a su izquierda en el Hemisferio Norte (HN) [al revés si estamos en el Sur]. Dicho movimiento es el resultado del equilibrio entre la fuerza debida al gradiente de presión y la de Coriolis, lo que en Meteorología se conoce como equilibrio geostrófico.

En el caso de trayectorias circulares del aire, entra en escena una tercera fuerza. Se trata de la fuerza centrífuga, que es la que experimentamos en un coche al tomar una curva cerrada a gran velocidad, y que tira de nosotros hacia fuera. La actuación conjunta de las tres fuerzas da como resultado un movimiento del aire en el sentido contrario a las agujas del reloj alrededor de un centro de baja presión, y al revés en torno a uno de alta o anticiclón (referido en ambos casos al HN).

Si tenemos en cuenta, además, la fricción del aire con la superficie terrestre (apreciable en una capa cuyo espesor depende de la naturaleza del terreno), el resultado final es un movimiento ciclónico con una convergencia hacia el centro del sistema depresionario, en el caso de las borrascas, generándose a veces bellas espirales nubosas como la de la fotografía. El efecto Coriolis no es el único responsable del sentido de giro del aire en las borrascas o del agua en los desagües, pero sin su acción los fluidos geofísicos evolucionarían de manera muy diferente.


© José Miguel Viñas

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