La presencia en los cielos de estas “nubes de algodón” siempre nos resulta atractiva, lo mismo que el juego de luces y sombras que tiene lugar sobre el suelo, y que parece dibujar una especie de tablero de ajedrez. El inofensivo aspecto que presentan los cúmulos de buen tiempo hace que los veamos siempre con buenos ojos, una visión muy distinta a la que tenemos cuando los que discurren sobre nuestras cabezas son negros y amenazantes nubarrones.
En Meteorología, el calificativo buen tiempo no es del todo afortunado, ya que al usarlo estamos presuponiendo, de manera un tanto subjetiva, que todo lo que no sea “sol y moscas” no es cosa buena, y viceversa, que la lluvia y el frío son malos compañeros de viaje, lo que no se corresponde con la percepción general de los distintos tipos de tiempo por parte de la gente. La realidad de un agricultor murciano poco o nada tiene que ver con la del turista ávido de sol y playa. Nada mejor para el primero que un día de lluvia (su buen tiempo), lo que daría al traste con los planes del segundo.
Esos pequeños cúmulos de buen tiempo (cumulus humilis) aluden con dicho calificativo a las elevadas temperaturas y a la estabilidad atmosférica propias de la época del año en que acostumbran a surcar los cielos en latitudes medias (entre la primavera y otoño, con una mayor frecuencia de aparición durante los meses de verano). La combinación de la fuerte insolación estival y de un terreno montañoso es garantía suficiente para que crezcan estas blancas nubecitas, coronando cada una de ellas una columna de aire cálido ascendente o térmica. La presencia de esas ascendencias puede detectarse antes de la aparición del pequeño cúmulo, ya que algunas aves rapaces como las águilas y los buitres, o también los practicantes de ala delta y vuelo libre, aprovechan las térmicas para sustentarse, volando en círculos alrededor de ellas.
El tamaño y la forma de los cúmulos de buen tiempo son muy variables, aunque todos ellos presentan rasgos comunes, como sus contornos bien definidos, que en la parte superior de la nube adoptan la forma globular –aspecto cumuliforme–. Esto es provocado por las burbujas de aire caliente que al ascender por la parte baja atmósfera y alcanzar el nivel de condensación, dan lugar a la formación de las gotitas de agua, en lo que seria una especie de borboteo. A partir del citado nivel vemos la nube, cuya blancura inmaculada contrasta con el intenso azul celeste de los luminosos días de verano.
© José Miguel Viñas
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