Con este curioso nombre identifican los marinos a las nubes tenues y filamentosas de la fotografía, anunciadoras en muchos casos de cambios a corto plazo en la temperie. Se trata de los cirros, las nubes altas por excelencia, que toman su nombre de la palabra en latín cirrus (denominación oficial con la que se identifica a este género nuboso). Su significado es el de rizo o mechón, en alusión clara a su aspecto deshilachado, como si de una melena al viento se tratase.
Los cirros –llamados también, aparte de colas de gato, rabos de gallo o nubes palmeras– se sitúan normalmente por encima de los
Constituidos en su totalidad por minúsculos cristales de hielo (de ahí el intenso color blanco que reflejan), dichos cristalitos forman un fino velo traslúcido que permite pasar la mayor parte de la radiación solar, pero no es del todo transparente a la radiación terrestre de onda larga (infrarroja) que escapa del suelo, lo que contribuye a calentar ligeramente el aire de los niveles inferiores. Se puede comprobar fácilmente cómo en presencia de nubes altas experimentamos una mayor sensación de bochorno que si el cielo está raso.
La presencia en algunos de los extremos de esas franjas de gasa transparente de pequeños ganchos (variedad uncinus), delata la presencia de corrientes en chorro en la parte alta de la troposfera. Las grandes diferencias de velocidad y dirección del viento en las proximidades del chorro, lo que en Meteorología se conoce como cizalladura, provocan desplazamientos desiguales de la parte delantera y trasera de los cirros, lo que da como resultado la observación de esas pequeñas garras desde nuestra perspectiva a ras de la superficie terrestre.
© José Miguel Viñas
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