Son varios los países, entre ellos España, que tienen diseminados por distintos lugares de su territorio cañones antigranizo, cuyo principal objetivo es el de bombardear las nubes y conseguir de esa manera proteger a los campos de cultivo del peligroso pedrisco (granizo de gran tamaño). En esta singular carrera armentística, los chinos son los que llevan la delantera al resto del mundo, dedicándose también a provocar lluvia y nieve artificial, según ellos a su antojo.
En la mayoría de los casos, provocan lluvia o nieve con el único fin de limpiar de polvo y partículas contaminantes el irrespirable aire que envuelve sus grandes ciudades. En noviembre de 2009, anunciaban que habían provocado la primera nevada artificial en Pekín; en algunos medios pudimos leer también que la magnitud de la misma se les había ido de las manos. El año anterior, durante la celebración de los JJOO, dio también bastante que hablar el bombardeo de nubes que efectuaron para evitar que la lluvia desluciera la ceremonia inaugural de los Juegos. A pesar de estos aparentes “éxitos” del ingenio humano, los procesos que dan lugar o evitan la precipitación (lluvia, nieve, granizo…) son tan sumamente complejos que cualquier intervención externa sobre ellos conlleva unos resultados no del todo previsibles, y por lo tanto fuera de control.
Previamente a la precipitación que tiene lugar en el seno de determinadas nubes, en su parte alta coexisten cristalitos de hielo y gotitas de agua superenfriada de tamaños microscópicos. La coexistencia de ambos elementos es transitoria, ya que con el paso del tiempo, los cristales de hielo comienzan a crecer a expensas de las gotitas, que ceden a mayor ritmo que el hielo vapor de agua al ambiente. Dicho vapor es captado muy eficazmente por los cristalitos de hielo, iniciándose la formación de los distintos elementos precipitantes. Si en esa parte alta de la nube inyectamos partículas que sean capaces de actuar como núcleos de congelación, conseguiremos producir más hielo allí arriba, lo que finalmente se traducirá en lluvia o nieve en la parte inferior.
Para tal fin, se emplea desde hace tiempo el yoduro de plata (AgI), que es una sal con una gran capacidad higroscópica; es decir, atrapa con facilidad al vapor de agua. Las partículas de yoduro de plata actúan, por tanto, como núcleos de congelación o condensación. Si sembramos una nube con dicha sal, conseguiremos, en determinados casos, desencadenar los procesos que dan lugar a la precipitación, cosa que a veces no llega a ocurrir si contamos únicamente con la presencia en el aire de los núcleos higroscópicos de origen natural.
La siembra de yoduro de plata puede actuar también como inhibidor del pedrisco en el caso de las tormentas. Cuando se dan las condiciones propicias para el crecimiento de grandes nubes tormentosas (cumulonimbus), es tal la cantidad de vapor de agua que las vigorosas corrientes de aire ascendentes envían a la parte alta de dichas nubes, que los granizos que allí se forman son de gran calibre. Si inyectamos yoduro de plata se forman más cristales de hielo, lo que al final se traduce en una mayor cantidad de granizos, pero más pequeños. En los mejores casos, lograremos que no lleguen al suelo como tales, de manera que la tormenta sólo deje algunos chubascos de lluvia, o como mucho que caigan granizos pequeños, de los que no causan daño.
Para tratar de conseguir ese objetivo, lo más habitual es lanzar una especie de bengalas desde cañones situados en tierra, cuya carga es el yoduro de plata, que explotan al llegar a cierta altura, esparciendo las partículas en la zona de interés. Para aspirar a obtener unos resultados satisfactorios se requiere una buena coordinación y un seguimiento exhaustivo de la evolución atmosférica mediante todas las herramientas disponibles (imágenes de satélite, radar, datos de estaciones en tierra…). En algunas campañas antigranizo se emplean unos quemadores diseminados por la zona que se quiere proteger, de manera que cuando los núcleos activos de las tormentas se acercan a su posición lanzan su carga hacia arriba.
© José Miguel Viñas
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