La observación atenta de la atmósfera nos depara a menudo interesantes sorpresas. Es un hecho bastante común observar sobre nuestras cabezas las estelas que dejan los aviones a su paso, en su continuo ir y venir por las rutas aéreas. La intensa blancura de las estelas contrasta con el azul del cielo, como si de trazas de tiza sobre una pizarra se tratase. Mucho más raro de ver es el fenómeno inverso: una traza azul celeste sobre un fondo blanco de nube.
Estas arterias celestes son también provocadas por los aviones, cuando éstos en vez de volar en cielo raso atraviesan una delgada capa nubosa. En tal caso, la estela del avión produce el efecto contrario, agitando el aire y provocando la evaporación de las gotitas que forman la nube y la sublimación de los cristalitos de hielo (paso directo de sólido a gas) también allí presentes. El avión iría, por tanto, disipando la nubosidad a su paso, de ahí el nombre de distrail (vocablo que resulta de fusionar las palabras inglesas dissipation [disipación] y trail [traza, estela…]), que toman este tipo de estelas en la literatura anglosajona.
El origen de estos pasillos aéreos, que parecen resquebrajar la capa de nubes, no siempre es el paso de un avión, pudiendo aparecer de forma natural en una zona de turbulencia asociada a una corriente de aire en altura. El aire frío y seco de los “chorros” que deambulan por los niveles medios y altos de la troposfera, es el encargado de vaporizar las nubes que atraviesan, quedando el cielo azul a su paso.
Lo cierto es que las estelas de disipación son mucho más raras de ver que las de condensación, ya que para que se forme un distrail la capa nubosa atravesada por el avión o por el chorro en altura ha de ser bastante delgada; algo que sólo ocurre de forma circunstancial. Cuando se dan esas condiciones óptimas, las gotitas de agua y cristalitos de hielo se evaporan en su totalidad, quedando bien marcado el distrail al paso del avión.
© José Miguel Viñas
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