Pocos indicadores climáticos hay más fiables que el aspecto que presentan los elementos del paisaje. La vegetación baila al son del clima, lo que se pone de manifiesto al viajar por España y observar escenarios naturales muy diferentes dependiendo de los lugares por los que nos desplacemos. La frondosidad de un bosque está íntimamente relacionada con la presencia de agua abundante en la zona, lo que suele venir determinado por la pluviometría.
Más difícil parece, a priori, deducir, a partir de una simple observación, si en un lugar concreto el viento es un factor destacado; sin embargo, los árboles nos arrojan pistas en este sentido, ya que la presencia de ejemplares inclinados en una determinada dirección nos indica la presencia cuasipermanente de viento y la dirección dominante en la que sopla. Los pasillos naturales por donde el viento se canaliza condicionan el normal crecimiento de la vegetación, lo que da como resultado la presencia de árboles y arbustos inclinados, que en algunos casos parecen desafiar a la implacable fuerza de la gravedad.
En ocasiones, tan peculiar disposición arbórea no se debe a la machacona insistencia con la que sopla un determinado viento, sino al paso por la zona de un fuerte temporal de viento, siendo el encargado de hacer zarandear con violencia a los árboles, abatiendo algunos de ellos e inclinando otros tantos. En la tundra, los llamados “bosques borrachos” presentarían un aspecto similar, si bien la causa que provoca la inclinación de los árboles no es el viento, sino la fusión del hielo presente en el subsuelo en que se apoyan, lo que se conoce como permafrost. El calentamiento experimentado en los últimos años en latitudes altas de
Por tierras españolas, los árboles inclinados aparecen en los lugares donde el viento es la principal seña de identidad. Los encontramos por ejemplo en el Valle del Ebro, sometidos al machacón Cierzo que por allí sopla tan a menudo, en el Ampurdán o al norte de Baleares, feudo de la famosa Tramontana, o también por las Islas Canarias, en las vertientes nortes y estes, donde los vientos alisios soplan un día sí y otro también, sometiendo a reverencia a los pinos canarios que pueblan las laderas de barlovento.
Las crestas de las montañas son lugares propicios para que los osados árboles y arbustos que echan allí sus raíces se inclinen en la dirección transversal a la cuerda montañosa. El estrechamiento al que se ven sometidas las líneas de flujo al atravesar perpendicularmente un obstáculo montañoso, da como resultado la aceleración del viento que percibimos en las cimas. Bajo esas condiciones, los árboles pierden verticalidad y se inclinan exageradamente hacia delante, a merced del viento.
© José Miguel Viñas
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